Fue entonces cuando sentimos que #CuencaEnamora
(Una crónica inventada sobre la fiesta conquense en honor a Alfonso VIII que bien pudiera haber sido cierta)
Estaba allí, altivo, con mirada triunfante, ya descargada la rabia contenida tiempo atrás esperando la ansiada victoria final. Allí estaba y con su mirada nos decía que habíamos vivido en primera persona el episodio más importante de la historia de Cuenca. El mismísimo Alfonso VIII, Rey de Castilla, sonreía. En su sonrisa pudimos sentir que estaba orgulloso de nosotros porque habíamos cumplido con la misión que nos había encomendado. Él quiso que nos trasladáramos al 21 de septiembre de 1177 y fuéramos parte de aquel momento. Nosotros, sin pensarlo dos veces, aceptamos el reto y fuimos, por un día, auténticos ciudadanos medievales. Mario, nieto de Abd al-Malik al-Muzaffar y al que los musulmanes apodaban “El alemán”, miraba al horizonte conocedor de que esta derrota sería el punto de inflexión en el que la distancia entre moros y cristianos se reducía a unos centímetros. A pesar de haber participado en cruentas batallas por los malditos territorios, sonreía también, porque en lo más profundo de su ser sabía que el futuro se presentaba prometedor junto a su bella esposa Ana Belén. Algo parecido le ocurrió al valeroso Juan Gabriel Belmonte, fundador de la bella localidad conquense de la que hace gala con su apellido y que había defendido la cristiandad en arduas batallas que ya han pasado a los anales de la historia, como aquella en la que la defendió casi a muerte en Las Cruzadas de los Paises Bajos, siendo salvado por una mujer, Alexandra – descendiente de Arnulfo de Holanda -, con la que contraería matrimonio poco tiempo después.
Ambos, Mario “El alemán” y Juan Gabriel Belmonte, junto con sus respectivas esposas fueron la piedra angular de aquel gran salto para la unión definitiva y pacífica entre el imperio musulmán en Cuenca y su contrapartida cristiana. Cabe señalar, como anécdota, que fue aquella unión la que provocó la vuelta de Diego, un inigualable trovador cristiano, digno de los más importantes palacios de la historia, que había emigrado a unas tierras lejanas, sobre las cuales dicen las malas lenguas que fueron invadidas por Cristóbal Colón 3 siglos después. Pero esa es otra historia. El caso es que Diego, el cristiano, acabó siendo Diego Cristiani por aquello de las contracciones lingüísticas y que poco después de su vuelta, siguiendo la sabia recomendación de su esposa María, ilustre dama de alta alcurnia cristiana, antepuso al de Cristiani el apellido Pons, para no levantar suspicacias entre los musulmanes recientemente derrotados. Historias particulares de ilustres personajes de la época las hay a miles y no es cuestión ahora de ahondar en cada una de ellas, aunque recomiendo documentarse sobre las andanzas del clérigo Alfredo Vela, que mucho tuvo que ver en las decisiones tomadas desde la corte en aquel tiempo; o la de la legendaria morisca Fátima, reconvertida al cristianismo antes de la reconquista, haciendo valer su condición de visionaria y ligada de por vida al general musulmán Vicente Reyes del que se cuenta que siguió los pasos de su amada, sabedor de que era el camino correcto; o la de los hermanos Martínez, Verónica y Jesús, de los que muchos cuentan que juntos continuaron su reconquista particular y aún siguen alcanzando lugares inexplorados. Todos tienen su pequeña historia, yo mismo y mi esposa, descendiente del mismísimo Cid Campeador; o un condecorado predicador – Álvaro –al que se le impuso con honores el apellido de Santos, por la labor de evangelización que realizó con tesón toda su vida, llegando incluso a obtener una bula papal y rompiendo los esquemas de la época al contraer también matrimonio con Margarita, una bella morisca descendiente de Muhammad II al-Mahdi, con la que tendría un hijo – Álvaro, como su padre – que sería quien le entregara al propio Alfonso VIII el códice en el que se declaraba a Cuenca como Capital de Europa y, tiempo después, uno de los protagonistas de la batalla de Las Navas de Tolosa… Lasse “el fuerte”, que organizaba y asesoraba inteligentemente, junto a su esposa Sandra, sobre el arte de la guerra a la manera del pueblo vikingo; el ilustre escribano Alberto Calcerrada, de cuyos manuscritos podemos extraer toda la historia pasada, presente y futura de Cuenca . Y no podemos olvidar a Patricia – cristiana – y Javier – musulmán – que se rindieron el uno al otro tirando por tierra ese afán de la humanidad por querer desunir y demostrando una vez más que todos somos uno. Ana Mellado que, a punto de ser injustamente quemada en la hoguera, salió victoriosa del trance y se retiró a la montaña para llevar una vida más lenta y sosegada, lejos del tumulto, la prisa y la batalla y Jaume, incansable mercader que iba de feria en feria vendiendo las bondades de una humanidad más justa. Bien es verdad que no estábamos realmente en aquella época, ni es del todo cierto lo que os acabo de relatar, pero cuando vestidos, unos de cristianos, otros de moros, nos pusimos frente a la majestuosa Catedral de Cuenca, más de 900 años después de todo aquello, pude notar cómo Alfonso VIII nos miraba primero desde la escalinata de la Catedral después, ya convertido en una imponente estatua de hierro. Y con la mirada nos decía que estaba orgulloso de nosotros porque habíamos cumplido con la misión que nos había encomendado, que no era otra que defender a capa y espada una realidad, aquella que emite una voz que se puede escuchar de forma clara al cruzar el puente de San Pablo y que repite una y otra vez, sin descanso, dos palabras: Cuenca enamora, Cuenca enamora, Cuenca enamora…
Desde luego se nota que os gusto la ciudad de Cuenca y eso me alegra ver que le gente encuentra tan bonita la ciudad encantada de Cuenca como yo lo hago.
Saludos.